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Espiritualidad civil

aunque no crean, comulgan con los rasgos de la espiritualidad 
ignaciana; no les resulta tan alejada de lo meramente humano. 

Esta espiritualidad ignaciana contribuye a propiciar una 
conjunción de ideales, de metas y de estrategias que fortalecen 
a la espiritualidad civil. De allí que describamos y presentemos 
a continuación sus rasgos principales (Cabarrús Pellecer, 2006).

Los 

frutos de la espiritualidad ignaciana se perciben en el deseo por 

establecer lazos de amistad, hacer compañía. Esto lo hizo con 
mujeres y hombres. Es típico de ella, ese deseo de que nuestra 
identidad fuera precisamente: ser compañeros de Jesús. Esto fue 
una idea persistente en Ignacio. 

Rasgo también de esta espiritualidad es 

dejarnos cautivar por la 

persona de Jesús, pero conjuntamente de su proyecto. Para la espiritualidad 
civil, con todo, bastaría con inspirarse con el proyecto de Jesús, 
que es apasionante en sus pretensiones en sus metas y en el modo. 
Es luchar por hacer realidad eso de que “otro mundo es posible”.

 Lo ignaciano tiene en el 

discernimiento, la gran brújula para 

orientarnos cuando no percibimos líneas diáfanas en el mar de 
nuestras confusiones e ilusiones. El discernimiento ignaciano 
tiene como base la habilidad del discernimiento humano. Puede 
ser aprovechado por la espiritualidad civil. 

El “

magis” -palabra clave en el léxico ignaciano- nos lleva a querer 

poder hacer más de lo que podemos, si es que Dios nos da la 
fuerza; nos hace aspirar a lo que parece imposible, -aunque con 
Dios nada es imposible, para los que creemos-. En ese ímpetu 
podemos unirnos con la espiritualidad civil.