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donde encontramos también, los creyentes, la presencia de Jesús 
en total tónica con ese juicio último por el que tenemos que 
pasar. Jesús nos preguntará: ¿Cómo me ayudaste cuando tenía 
hambre, cómo me atendiste cuando estuve enfermo, cómo me 
diste cobijo cuando andaba de migrante? Sin estas experiencias 
con el dolor no se está preparado para unos Ejercicios. 

Por eso “

muchas veces los Ejercicios Espirituales no cambian a las 

personas, porque han faltado los requisitos, fundamentalmente, haber 
experimentado el dolor y la injusticia y querer hacer algo por erradicarlos” 
(Cabarrús Pellecer, 2013, págs. 259-265). Rahner estableció 
profundamente esta relación entre espiritualidad y compromiso.

“La espiritualidad y la vida normal cristiana 
hoy se ligan, se compenetran, se promueven 
recíprocamente. Nadie puede vivir hoy, como en 
tiempos pasados, en un paraíso de espiritualidad 
inmune al mundo, y tampoco puede componerse 
con este mundo concreto sin ser cristiano 
radical… Quien ejercita las virtudes del mundo 
y se deja educar por él en la alegría, en la audacia, 
en la fidelidad al deber y en el amor, vive ya 
en parte, una auténtica espiritualidad, y esas 
virtudes mundanas le revelarán un buen día el 
más profundo misterio, que es Dios mismo” 
(Rahner, 1969).

Nosotros, entonces, 

podemos engalanar esa “espiritualidad civil”

ya con la riqueza evangélica, con los rasgos ignacianos que 
caracterizan 

nuestra espiritualidad, fruto, como señalábamos, de 

los 

Ejercicios Espirituales. No es raro encontrar personas que