47

Esos cristianos son los que gozan de una energía que nace de 
“la justicia que brota de la fe” (Rom 9, 30).

La 

dignidad humana, por ejemplo, se ennoblece al considerar 

que somos hijas e hijos de Dios. A nuestra tolerancia, el Dios 
de Jesús puede elevarla, por pura gracia, a 

tener la misericordia de 

una madre para con nuestros semejantes -cosa imposible si fuéramos 
nosotros los que lo pretendiéramos-. A la idea de justicia, Jesús 
nos ha regalado su sueño y el sueño de su 

Abba, que es el 

hecho de que otro mundo es posible: el Reinado de Dios. 

En 

ese proyecto Dios se la juega por la humanidad. Es para la humanidad, 
pero 

Dios se inmiscuye. Nos ha dado ya la prenda de que se ha 

comprometido en Jesús encarnado. El concepto -símbolo de 
Reinado- se identifica con un banquete de bodas, donde hay 
música y comida y bebida en abundancia. 

La justicia deja su aire 

adusto y se convierte en un convite. Y con la solidaridad, Jesús nos da 
la posibilidad de tener la compasión que se le notaba a él mismo 
cuando también expresó 

misereor super turbas (se me mueven las 

entrañas por toda esta gente). 

Lo que es cierto es que 

la espiritualidad que Jesús nos regala, la 

recibimos por gracia. No depende de nuestros esfuerzos. Podemos 
aportar los valores humanos, como base, decíamos. Pero no es 
suficiente. Esa espiritualidad cristiana también debe 

cultivarse 

necesariamente en experiencias. La fe la heredamos muchas veces 
de nuestras familias. En los hogares se puede dar el lugar para 
enseñarnos a orar con sencillez. Esto puede ser una experiencia 
primaria. Pero esa fe hay que cultivarla acercándonos al 
encuentro personal con Jesús. 

La espiritualidad cristiana no se afinca 

por aprender el catecismo. Se necesita de ayuda para encontrarse 
con el Dios que Jesús nos mostró y sobre todo, toparse con