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Espiritualidad civil
tiene la espiritualidad civil. Porque coinciden con los rasgos de
la espiritualidad cristiana en todos los aspectos. No podemos
olvidar la célebre frase de Karl Rahner que decía que el cristiano
del futuro, o será un místico, es decir una persona que ha
“experimentado algo” -en nuestro caso señalaríamos que
es
precisamente este tipo de espiritualidad- o no será cristiano.
A quienes no creen y cuya explicación suele ser que la fe es una
fuerza que se recibe, pero que simplemente no la tienen o no la
experimentan, se les puede proponer y preguntar abiertamente,
como señala González Faus (González Faus, 2013, pág.
133), si quisieran tener fe, o por lo menos estar abiertos a
encontrarla… Y que entre tanto avancen, eso sí, en la
disposición
de amar y construir amor, en correspondencia con la práctica de
la justicia que defiende al marginado y desvalido, tal y como
reclama Santiago en sus cartas (cfr. Stgo 2, 1-9). En la visión
de las cartas de Juan, por su parte, se establece que al hacer las
obras de justicia y misericordia, se puede experimentar que se ha
traspasado el umbral de la incredulidad y se comienza a saborear
la fe que siempre tiene un gusto de salvación. “Sabemos que
hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a nuestros
hermanos” (1 Juan 3, 14).
Hay que respetar, como cristianos que somos, esa “espiritualidad
civil” de muchas personas. Nunca imponiendo nuestra fe y nuestra
manera de vivirla.
Esto no supone que claudiquemos a lo que creemos
como cristianos; pero la fe no se le puede imponer a nadie. A lo que
podemos aspirar es a que con personas de “buena voluntad”,
se logre colaborar a construir una sociedad más consistente,
más humana -la eutopía-. Esto lo debemos realizar con fuerza y
empeño, percatados de que lo que genera más poder es la unión de
las personas, en base a ideales nobles propositivos y constructivos.