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En este sentido las instituciones educativas, por ejemplo,
pueden tomar como meta, que la formación en valores pueda
ir provocando esos rasgos de lo que veníamos enunciando
como distintivos de la “espiritualidad civil”. De esa plataforma
fundamental, que va más allá de las divergencias y de los credos
que nos separan. Un deber también de estas instituciones, como
las iglesias, sería provocar que se estrechen lazos y alianzas -sin
ánimo de proselitismo- con las personas “de buena voluntad”.
Este sería un nuevo enfoque del ecumenismo.
Recordemos que abrazar esa espiritualidad civil nos hace capaces
de unificar más nuestros trabajos, encontrar alianzas, establecerlas
en base a estrategias o tácticas en beneficio de la gente que está
en necesidad. Todo ello, en un esfuerzo por contribuir a formar
una sociedad equitativa y digna. Ello adquiere más fuerza si esta
espiritualidad civil contribuye a
construir “microtejidos sociales” que
luego lleguen a constituir “redes sociopolíticas transformadoras”
20
. Estos
tejidos son un instrumento muy adecuado para darle solidez y
amarre a las alianzas, que obviamente son para la transformación
hacia espacios de modos de vida digna, equitativa y saludable en
armonía con la naturaleza.
Es comprensible que haya muchas personas que no vibran
ya con las religiones, tal y como se las proponemos. Pero
esta
espiritualidad civil puede ser para muchos o el lugar donde se quedan -lo
cual es perfectamente legítimo-
o un paso para encontrarse con la
experiencia de Jesús y su proyecto.
Los que creemos en Jesús también tenemos que cuidar nuestra
espiritualidad, apropiándonos de todas esas características que
20 Para esto puede consultarse: Cabarrús Pellecer, C. R. (2008).
Haciendo política desde
el sin poder. Bilbao: Descleé de Brouwer, pág. 151 ss.