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Espiritualidad civil
desde la experiencia; si la humanidad siente la
solidaridad de la especie en todo el planeta; si
afirmamos la solidaridad intergeneracional
viviendo en armonía con la naturaleza; si
emprendemos la exploración de nuestro yo
interior, haciendo la paz con nosotros mismos.
Si todo esto se hace posible por nuestra decisión
compartida, informada y consciente, mientras
aún hay tiempo, quizás entonces, por fin, seamos
capaces de vivir y dejar vivir, de amar y ser
amados” (Castells, 1998, vol. III, pág. 394).
VIII. El papel de las instituciones
No todas las personas podemos vivir los valores, sobre todo si
se compara con la definición operativa y por las características
que propusimos. Máxime, la de estar dispuesto a arriesgar cosas
importantes, como el propio trabajo, por mantener un valor.
Algunos sí podrán vivir a cabalidad ciertos valores, otros no.
Para los que viven los valores, las leyes juegan un papel muy
importante: son como un
andamio donde pueden apoyarse en los
momentos en que es difícil vivir los valores. Para quienes no los
vivimos a cabalidad, las leyes y sus sanciones, pueden servir de
escalera para acceder a ellos.
Como se puede considerar, vivir los valores es una gran hazaña
humana. No se puede exigirla a todos por igual, a riesgo de
provocar frustraciones.
Lo que sí se debe exigir a todos los humanos
es que se respeten
las normas de convivencia básicas, emanadas de los
valores fundamentales.