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sino el que se genera del hecho de sentirse responsable de las 
personas en situación de necesidad y limitación, con quienes 
se experimenta una persuasión de ser lo mismo. Servicio que 
dimana de que la otra persona tiene igual dignidad que la propia; 
de que la solidaridad es 

atender a los que están en desventaja, con los que 

vibra una misma vida y un mismo dolor. Una responsabilidad que se 
coloca en el mismo nivel del que está sufriendo, y que con todo, 
tiene una responsabilidad 

servicial, que nace de la persuasión de 

que todas las personas formamos un cuerpo sólido, que es la 
raíz etimológica de solidaridad. Para alguien solidario, la muerte 
de otras personas es como su propia muerte. 

Es la vivencia de estos 

valores humanos lo que le da fuerza a la espiritualidad civil.

Quiero terminar este capítulo con un párrafo largo de Castells, 
quien desde actitudes humanas conscientes y generando 
articulaciones, sacando cada quien lo mejor de sí mismo, anima 
a que es posible cambiar el “desorden” establecido, y hacer un 
mundo más vivible: la eutopía. Depende de todos, depende de 
cuánto nos podemos vincular a través de organizaciones, tejidos 
sociales y teniendo esta espiritualidad civil de la que hemos 
venido hablando.

“No hay nada que no pueda ser cambiado por la 
acción social consciente e intencionada, provista 
de información y apoyadas por la legitimidad. Si 
las personas están informadas, son activas y se 
comunica a lo largo del mundo; si la empresa 
asume su responsabilidad social; si los medios 
de comunicación se convierten en mensajeros, 
en lugar de ser el mensaje; si los actores políticos 
reaccionan contra el cinismo y restauran la fe 
en la democracia; si la cultura se reconstruye