37
sino el que se genera del hecho de sentirse responsable de las
personas en situación de necesidad y limitación, con quienes
se experimenta una persuasión de ser lo mismo. Servicio que
dimana de que la otra persona tiene igual dignidad que la propia;
de que la solidaridad es
atender a los que están en desventaja, con los que
vibra una misma vida y un mismo dolor. Una responsabilidad que se
coloca en el mismo nivel del que está sufriendo, y que con todo,
tiene una responsabilidad
servicial, que nace de la persuasión de
que todas las personas formamos un cuerpo sólido, que es la
raíz etimológica de solidaridad. Para alguien solidario, la muerte
de otras personas es como su propia muerte.
Es la vivencia de estos
valores humanos lo que le da fuerza a la espiritualidad civil.
Quiero terminar este capítulo con un párrafo largo de Castells,
quien desde actitudes humanas conscientes y generando
articulaciones, sacando cada quien lo mejor de sí mismo, anima
a que es posible cambiar el “desorden” establecido, y hacer un
mundo más vivible: la eutopía. Depende de todos, depende de
cuánto nos podemos vincular a través de organizaciones, tejidos
sociales y teniendo esta espiritualidad civil de la que hemos
venido hablando.
“No hay nada que no pueda ser cambiado por la
acción social consciente e intencionada, provista
de información y apoyadas por la legitimidad. Si
las personas están informadas, son activas y se
comunica a lo largo del mundo; si la empresa
asume su responsabilidad social; si los medios
de comunicación se convierten en mensajeros,
en lugar de ser el mensaje; si los actores políticos
reaccionan contra el cinismo y restauran la fe
en la democracia; si la cultura se reconstruye