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Espiritualidad civil
que se aprovechan de los otros, del sacar partido para intereses
personales bajo falsas apariencias. Porque como dijimos antes,
al experimentar la injusticia, quien juzga nuestra vida y actuaciones, es ese
que no tiene ninguna forma de poder y sin embargo manifiesta una enorme
y “extraña autoridad desarmada”, que decía Lévinas. Lo cual nos
cuestiona siempre y nos puede acercar a la honestidad de raíz.
La solidaridad
El cuarto valor es la solidaridad. Y este valor
sí se puede captar y
saborear desde el mismo ejercicio de la solidaridad. No necesariamente
se tiene que experimentar la insolidaridad, sino que el gusto
profundo que genera este valor, predispone a continuar
haciéndolo. Porque la solidaridad tiene cuatro momentos: a)
Preparar: se va con algo que se cree puede necesitar el otro; b)
Entregar: se ofrece a alguien concreto -no es beneficencia que
no conoce, tan siquiera, a quien se apoya-; c)
Agradecimiento: en
respuesta, a lo ofrendado, la persona receptora, expresa una
sonrisa o un abrazo de gratuidad, que es mayor que lo que se
estaba otorgando; d) Esto trae una
gratificación inmensa
para el
supuesto benefactor. Está claro que haber recibido la solidaridad,
puede favorecer en la persona beneficiada, el compromiso de
hacer otro tanto con quienes están en desventaja.
En ciertos países hay contribuciones a través de los impuestos,
para dar solidaridad a los pueblos más necesitados. Esto eleva a
ley la solidaridad, lo cual es ejemplar.
El
gran emblema de la solidaridad es “la responsabilidad servicial”.
Es una responsabilidad que no se coloca encima de los demás, sino
que está “como quien sirve”. Se ha captado la responsabilidad,
pero se expresa como servicio. No se da cualquier servicio,