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Pero igualmente, sólo si se ha experimentado en carne propia o 
en alguien muy cercano la intolerancia de clase, de etnia, de sexo, 
etc., se capta la bondad del valor de la tolerancia.

El gran 

emblema de la tolerancia es el respeto. Citando a Benito 

Juárez, “el respeto al derecho ajeno es la paz”, encontramos 
una afirmación muy valedera. Respeto que tiene que ver con 
el 

reconocimiento de que toda otra persona es valor. En el entendido 

de que respeto no es permitir lo que es intolerable, de cara a la 
dignidad de los demás. 

Tampoco es el silencio que se hace cómplice de 

las actuaciones indebidas de las demás personas.

La justicia

El tercer valor fundamental es la justicia, pero no entendida como 
el 

suum cuique tribuere (dar a cada quien lo suyo) del derecho romano, 

sino -en total correspondencia al Evangelio y al pensamiento de 
los Padres de la iglesia primitiva- justicia es 

proveer a cada quien lo 

que necesita. Esta manera de enfocar lo justo no se da únicamente 
en el pensamiento social de la Iglesia, sino en pensadores sociales, 
no creyentes, como Rawls, cuya interpretación va en esta misma 
línea. También en este sentido se van dando pequeños avances, 
hasta, por ejemplo, en la arquitectura e ingeniería, donde no se 
admiten ahora, edificios que no cuenten con rampas o elevadores 
para que todas las personas con discapacidades puedan tener 
acceso al igual que las demás.

El emblema de este valor es la honestidad. Esta cualidad hace alusión 
a vivir, expresarse y actuar con coherencia y sinceridad siempre, 
sobre todo en lo que toca a la transparencia de las actuaciones 
que implican los derechos de los demás. Esta honestidad brota 
y es emblema de la justicia. Impide de raíz los comportamientos