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antivalor; verificar la indignidad en que se ven sometidos niños
y niñas, que tienen que comer los últimos desperdicios, antes de
que los consuman las aves de rapiña… Sólo allí se puede entender
la indignidad en que están sometidos y la situación indigna en que
se ha degradado a los barrancos de la ciudad. La indignidad hace
ansiar lo contrario: la dignidad de la persona y de la Tierra.
Para captar los valores, entonces, es necesario
planificar
experiencias, preparar bien a los que van a participar en ellas, y
acompañarlos para suscitarles cuestionamientos y reflexiones.
Este es el papel de personas pedagogas y formadoras. Pero
especialmente formadores y docentes, que no sólo han de
preparar profesionales exitosos, en países fracasados -como
decía Xabier Gorostiaga
18
-, sino para
formar en valores y capacitarlos
para
tender alianzas con estos grupos, cada vez más grandes, de gentes
sin credos, pero capaces de vivir esta “espiritualidad laica”.
Hablo de una nueva forma de concebir las relaciones desde la
Iglesia con el mundo real. Tejiendo redes con quienes están al
margen de ella, de una forma más fructífera, en este mundo
actual tan secularista, tan fragmentado a nivel religioso y además
desprovisto de horizontes reales de futuro global.
Juntamente con esto, felizmente, cada vez más,
van surgiendo
leyes que defienden la dignidad de la persona y la dignidad de la
Tierra, que si no se obedecen implican una sanción seria, en la
mayoría de los casos. Los derechos humanos, en sus diversas
concreciones, apoyan esta dignidad, tanto de la persona como
del hábitat. La dignidad de la persona humana se aprehende por
el contraste; por experimentar lo contrario.
18 Sacerdote jesuita, economista e investigador social. Fundador y primer director
ejecutivo de la Asociación de Universidades Confiadas a la Compañía de Jesús
(AUSJAL). Fue un estudioso de los procesos sociales de América Latina y el mundo.