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característica distintiva de los primeros humanos, quienes fueron 
capaces de crear instrumentos que modificaban su entorno. 
Allí nace la cultura. El 

deseo de transformar es también un ancla para 

aceptar el valor.

Oportunidad para vivir los valores es 

la experiencia del amor

Amar y ser amado es algo intrínseco al ser humano. Pues bien, 
en esa interrelación se da una serie de elementos que pueden 
preparar a la vivencia de los valores. El noviazgo, por ejemplo, 
es una gran escuela de la simetría que debe regir las relaciones; 
del respeto, del buscar la felicidad de la persona amada y de 
compartir con ella. El amor correspondido puede ser una 
escuela de formación en valores.

Estas diversas dimensiones pueden ayudar a apreciar los valores; 
a “ponerles precio”. La 

primera característica del valor es por tanto, 

algo que atrae y se aprecia.

Una segunda característica, sin embargo, es que no todo lo que 
gusta, “vale”; es valor. 

Sólo es valor, entonces, lo que da vida, lo que nutre, 

lo que hace crecer. De esa cuenta, sólo tiene valor lo que nos da vida, 
nos nutre y nos hace crecer como personas y como naturaleza.

Otro rasgo del valor es que ya 

se haya guardado en el inconsciente

que se haya grabado en el disco duro. Para que esto suceda, tiene 
que darse una repetición de actos en el sentido del valor, para 
generar así un hábito. Se busca que esa conducta quede grabada 
en lo más profundo del ser humano.

Hay, con todo, la exigencia que es la más dirimente para medir 
si hay o no valor. Esa exigencia por la que se está en 

disposición 

de arriesgar cosas importantes en la vida. O bien, se está dispuesto a