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Espiritualidad civil

Cada uno puede ser feliz pero a su manera (cfr. Pagola, 2012, 
pág. 18). La felicidad, dice el mismo autor, parece estar siempre 
en lo que nos falta. ¿Pero qué necesitamos verdaderamente 
para ser felices? 

La felicidad no está en el placer. La abundancia de 

placeres puede ahogar el placer. El placer, con todo, no es algo 
malo. Al contrario, es un estímulo para vivir, un aliciente. 

El placer sólo es negativo cuando impide al ser humano lo que 
es fundamental para encontrar la felicidad. Y esto, según las 
Bienaventuranzas, es “

encontrarse con las manos vacías”, que es una 

magnífica traducción del “bienaventurados los pobres” que sugirió 
J. Blank y lo cita Pagola (2012, pág. 27). 

Abrirse así, desposeídos de 

todo, permite ser abrazados al cariño de Dios, a su corazón de 
madre, que bendice, que ennoblece, que levanta y que consuela 
radicalmente. Pero 

el culmen de la felicidad más honda es luchar por el 

reino de Dios y su justicia -el proyecto de hacer evidente que otro 
mundo es posible- porque todo 

lo demás se nos dará por añadidura. 

La persona se va acercando a la felicidad cuando va aprendiendo 
a liberarse y 

no tener apegos. Eso es lo decisivo: no poseer, no 

apropiarse de nada ni de nadie. No hacerse esclavo y no rendir 
nuestro ser a cualquier cosa. Felices, nos dice Jesús, los que se 
encuentran con las manos vacías, y ni tienen de que vanagloriarse 
ni ufanarse. Es en ese vaciamiento donde Dios nos puede llenar 
de su misericordia, de su alegría, de la capacidad de vislumbrar 
su rostro. He allí la verdadera felicidad. 

La verdadera felicidad es un 

ancla donde afianzar la experiencia de los valores (cfr. Pagola, 27).

Otra preparación para la vivencia de los valores es el instinto 
humano fundamental de querer no sólo conocer o averiguar, 
sino 

transformar las cosas, las situaciones. Esto proviene de la