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sacrificio, y
no son necesariamente llamativos. Por eso es importante
preparar el terreno para la vivencia de los valores, partiendo de unas
características fundamentales en todo ser humano, que sirvan
como ancla donde puedan comprenderse y enraizarse.
Por ejemplo, el valor de la dignidad -que expondremos más
adelante- se puede captar desde el
dinamismo del enamoramiento.
Sólo quien ha amado y se ha sentido amado, es capaz de
trabajar por la justicia que genera dignidad. De lo contrario
puede haber en las actitudes mucha revancha y compensación.
La solidaridad puede despertarse de manera particularizada
desde las capacidades personales de transformar situaciones.
También allí se puede encontrar la felicidad que gratifica
profundamente y permanece.
La búsqueda de la felicidad, por ejemplo, es una realidad a la que
todos tendemos, pero no todos llegan a lo que sus corazones
añoran. Pues bien, lo importante en esta búsqueda es
aprender,
por comparaciones, a buscar la felicidad, pero aquella que dura más;
la que es más gratificante a largo plazo. No la efímera, que se
desvanece. Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de
Jesús, comprendió todo esto cuando en su cama, con la pierna
rota, comenzó a tomar cuenta de sus pensamientos. Algunos
de los cuales le provocaban mucho placer, pero pronto se
esfumaban; contraponiéndolos a otros, cuyo efecto era una
alegría e iluminación muy profunda. Este es un criterio de
felicidad verdadera.
Recordemos que
la felicidad puede confundirse con muchas cosas
que aparentemente tienen algo que ver con ella, pero no son en
definitiva felicidad. No todos ponemos la felicidad en lo mismo.