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los olores de verano, el barrio que amaba, un cierto cielo de
tarde, la risa y los vestidos de María”... (Camus, 1991, pág. 66)
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.
En la Biblia, dos personajes han enfrentado con altura el
problema del mal. Job, con su frase “Dios me lo dio”; “Dios me
lo quitó” (cfr. Job 1, 21). Y Jesús que en la cruz grita: “por qué
me has abandonado”; pero que finalmente se entrega a ciegas y
exclama: “en tus manos encomiendo mi vida” (cfr. Lc 23, 45). La
sonrisa del famoso Cristo del castillo de Javier, que acompañó la
juventud de Francisco Xavier, es muestra de esa paz de sentirse
Jesús ya en los brazos de su
Abba. Pero el problema radical de
la increencia no es el centro de esta exposición, ya que quienes
tienen esa espiritualidad laical no se preocupan -por lo menos
aparentemente- de la fe, ni del más allá.
El reto es entonces para los cristianos, quienes debemos
profundizar en una teodicea, es decir una defensa de lo de Dios
actualizada a nuestros tiempos. Sin embargo, lo que es más
llamativo de todo, es que en la escena del juicio universal (Mt
25, 31 ss.), los que resultan bendecidos por Dios son aquellos
que obraron con solidaridad y misericordia, sin tener ninguna
idea sobre Dios o Jesús. Quienes tuvieron un corazón cerrado y
egoísta, lo contrario.
V. Cómo se gesta esta espiritualidad
Alguien se preguntará si esta espiritualidad es algo con lo que
se nace, o si más bien se adquiere. Esta espiritualidad se obtiene
con experiencias, pero de alguna manera se trae por herencia; se
contagia, por ejemplos.
13 Camus, A. (1991).
El extranjero. Ed. Andrés Bello. Santiago de Chile, pág. 66.