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persona, queda en rigidez total. Ahora bien, el deseo, glosando
a Ortega, “muere automáticamente cuando se logra”. Es un
resorte poderoso, que fenece casi necesariamente al lograr lo
que persigue; pero resurge de nuevo con nuevas intuiciones, con
salidas inéditas.
La “nobleza” u hondura de estos deseos está en estrecha
combinación con las anteriores características de la espiritualidad civil. Son
esas otras cualidades de la espiritualidad civil, las que proponen
metas nuevas y más profundas a la capacidad de desear.
Obviamente, esos deseos hondos se diferencian diametralmente
de todo lo compulsivo, adictivo y vil.
Para Ignacio de Loyola -maestro en el manejo de los deseos-
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la vida espiritual avanza gracias al paso por el escalón de los
deseos. Y tiene una escuela al respecto. Cuando no ha surgido
en alguien el deseo de algo, sino que muestra inapetencia,
desgano, o también miedo, se le invita a por lo menos “desear,
desear” lo que se pretende. Y esto no es un juego de palabras.
Es lograr que se desate el anhelo de realizar algo, conseguir un
fin perseguido, sobre todo si es noble, pero en gradualidad. Este
proceso despierta la posibilidad de
desear lo que más construye a la
persona, al entorno o al mundo. La espiritualidad civil tendría que
acariciar y cuidar los hondos deseos, enfocándolos hacia un
mundo diferente, a un lugar donde nos vinculáramos hombres
y mujeres sin discriminación alguna, añorando y construyendo
11 Al candidato que entra a la Compañía de Jesús se le pregunta, con seriedad, si está
dispuesto a arriesgar su vida por la causa del proyecto de Jesús, por las consecuencias
de ser mal vistos, de pasar penas, y hasta de poder morir por todo eso. Si el candidato
le da reparo a todo lo que se le presenta, se le pregunta si, al menos está dispuesto
a desear, desear -algún día- seguir a Jesús con todo lo que ello puede implicar. Si lo
acepta, se le admite, pero informándole que entonces, en el proceso de formación,
esté dispuesto a ir aguantando las dificultades de restricciones y penalidades que
tendrá que ir sobrellevando. (cfr. Constituciones de la Compañía de Jesús. Número
101-102. Obras de San Ignacio. BAC, Madrid, 1991, pag. 486). Esto lleva a desear,
paladinamente sin tapujos.