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y con frecuencia de manera beligerante. Sin duda, en toda esa 
postura hay una especie de revancha ante el papel dominante 
que históricamente han desempeñado las religiones.

Sin embargo, la construcción de la sociedad no excluyente y 
marginalizante, necesita de una serie de dinamismos de carácter 
subjetivo, que pocas veces se han tomado en cuenta en el seno 
de los procesos de transformación de las sociedades. Estos 
elementos podrían conformar no una religión, sino un tipo 
de espiritualidad que por ponerle un nombre la denominaría 
“espiritualidad civil”. Decimos que no se trata de una religión, 
es decir, que no nos referimos a una institución con verdades 
absolutas, con encargados de vigilar a los congregados e 
imponer normas, tributos, y comportamientos, con capacidad 
de sanciones, a veces eternas. Karl Rahner, el gran teólogo 
jesuita, denominó a esta realidad: “cristianos anónimos”. Con 
todo, muchas de las personas no creyentes -a pesar de su fuerte 
espiritualidad- no se sintieron cómodos al ser “bautizados” con 
un nombre que tenía que ver con la fe. Por eso he propuesto la 
denominación de “espiritualidad civil”.

De ordinario, en los procesos de transformación social no 
se toman en cuenta los factores sicológicos de las personas, 
sobre todo de los supuestos líderes que si no se atienden 
sus problemáticas personales, pueden generar caudillismos 
revanchistas, buscando principalmente intereses personales y 
familiares. No se ha tomado en cuenta -aunque ahora sí cobra 
mayor relevancia- el peligro de los riesgos ecológicos, para 
evitar las catástrofes hacia donde nos deslizamos en un tobogán 
desenfrenado. Por otra parte, tampoco se ha tomado en cuenta, 
de hecho, la fuerza de lo femenino, que marcaría una diferencia 
muy significativa en todo intento de transformación.