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sociales y provocado aún más caos en la región centroamericana, 
una de las más empobrecidas de la Tierra.

Muchas cosas nos dividen, la inequidad flagrante, la pobreza 
extrema, a pesar de un crecimiento económico positivo. El mito 
de que el crecimiento económico tiene un derrame a favor de las 
personas en más desventaja, sigue siendo eso; un mito. Es decir, 
algo que no es verdad sino falsedad, pero que se reviste de datos 
que no responden a la realidad y que logran, con todo, desviar la 
atención en otras causalidades menos comprometedoras. 

 En los países donde la desigualdad y pobreza son endémicas no 
es suficiente el crecimiento económico como fin en sí mismo. 
Se requieren políticas de Estado que fomenten y fortalezcan las 
bases económicas de la pequeña y mediana empresa (formal e 
informal), y de otros tipos de economía. Un Estado con una 
política redistributiva basada no solo en los impuestos -que 
sean justos y progresivos-, sino también en la gestación de 
trabajo vía capital mixto. Un Estado que también respete que 
hay un número significativo de comunidades campesinas, cuya 
forma de vida la obtienen del trabajo de la tierra y de cultivos 
de subsistencia. Un Estado que vele por el recto uso de esos 
impuestos y donde impere la transparencia en las ejecuciones 
presupuestarias. Tampoco podemos basar el crecimiento 
aceptando el empleo infantil, la casi nula inversión pública en 
salud, educación y protección social. Tampoco podemos seguir 
admitiendo la precariedad de los salarios de trabajo. Menos aún, 
la pérdida de las tierras de comunidades que viven del trabajo 
que realizan en colaboración de toda la familia, en sus pequeñas 
parcelas, para lograr su sustento. Debemos avanzar hacia 
una dinámica económica centrada en garantizar condiciones