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en los pobres. Y de servirlo o no servirlo en ellos depende la suerte 
eterna. Al ser atemático no implica fe explícita; aunque la relación de 
servicio sí tiene que implicar la fe en aquellos a quienes se sirve: si, 
de hecho, se sirve en ellos a Jesucristo, se los tiene que servir como 
a personas y no como a clientes en el sentido romano: necesitados 
a los que se da para hacerlos dependientes. O sea, que, al ser un 
sacramento atemático, la fe, necesaria en todo caso, se ejerce aquí 
con los mismos pobres, lo que implica que la atención ha de ser 
personalizadora, lo que no equivale a cálida, ya que el tono cálido 
puede ser una táctica para enfeudar más a fondo, que entraña una 
enorme falta de respeto, aunque el implicado no lo note y esté, por el 
contrario, entusiasmado, como también puede estarlo, al menos hasta 
cierto punto, el entusiasmador.

El segundo sacramento alude a las relaciones que constituyen al 
pueblo de Dios en cuerpo de Cristo: él está en medio de los discípulos 
misioneros; no en medio como un lugar, ya hemos dicho que no está 
aquí, sino en lo que los media. Está entre los convocados, enviados. 
Así pues, si entre ellos no hay relaciones constituyentes porque están 
en el mismo lugar, pero cada quien anda buscando lo suyo, no se hace 
presente Jesús, ya que son las relaciones las que lo hacen presente. 
Pero no cualquier relación: solo las que construyen la fraternidad de 
las hijas e hijos de Dios. Por eso quedan excluidas las relaciones no 
mutuas, las relaciones verticales, las fundamentalistas, ya que en todas 
ellas el vínculo no es la fraternidad; como también las corporativas, 
porque la fraternidad es de carne y sangre, ya que es cerrada, no, la de 
las hijas e hijos de Dios.

En este segundo sacramento también entran todas las relaciones 
societales que contribuyen a hacer de este mundo, el mundo fraterno 
de las hijas e hijos de Dios porque también son ellas relaciones en 
el nombre de Jesús, que no se restringe a su nombre propio, sino