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desataron el proceso, vamos a poner el caso de los apóstoles 
cuando empiezan a proclamar a Jesús en Jerusalén o cuando 
Pedro y Juan dan testimonio de Jesús ante el sanedrín. Mientras 
vivía Jesús, todos los habían visto alrededor de Jesús como 
comparsas, pero infatuados por su cercanía a Jesús, creyéndose 
con una densidad humana que no tenían. Estaban ilusionados, 
encantados, y, como vimos, Jesús no fue capaz de sacarlos 
de su engaño, porque esa vida en la intimidad del Mesías, les 
resultaba muy emocionante. Pero cuando apresaron a Jesús, se 
esfumó su prestancia. Pedro, que seguía pensando que la tenía, 
tuvo que sufrir en carne propia la decepción de haberlo negado 
cuando llegó la hora de la verdad. Así pues, los de Jerusalén 
y, en particular los jefes, sabían de la poca consistencia de los 
discípulos. 

Y de pronto los ven hablar con la misma prestancia del maestro. 
Era un cambio tan cualitativo, los dejó tan admirados, que cuando 
dijeron que se debía a que habían visto a Jesús, resucitado por 
Dios, no les pidieron pruebas, porque suficiente prueba era una 
trasformación tan positiva. Lo mismo sucedió a los sanedritas: 
cuando los oyeron hablar, se quedaron tan admirados, que los 
hicieron salir y se pusieron a cavilar qué iban a hacer con esos 
hombres que eran idiotas, es decir, atenidos a su vida particular, 
e iletrados, y, sin embargo, les hablaban de “tú a tú”, razonable 
y fehacientemente, como si tuviesen incorporado a su maestro.

¿Qué significan estas escenas? Que los que se convierten en 
Jerusalén lo hacen, no solo ni principalmente por el testimonio 
verbal de los apóstoles, sino por percibir en ellos el espíritu de 
su maestro. Y por la misma razón no los castigan los sanedritas. 
Ahora bien, pueden percibirlo porque también actúa en ellos.