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se entreguen mutuamente, sin experimentar cada uno que la 
amistad es sólida, que el amigo es confiable?

¿Cómo puede decir el Resucitado: dichosos quienes crean sin 
haber visto? ¿No es eso creer a ciegas? ¿Es eso humano? ¿Es, 
siquiera, posible?

Creer en el sentido fuerte que lo dice Jesús, creer en él como 
el enviado último y absoluto de Dios, como nuestro salvador, 
como la vida de nuestra vida, no es posible solo porque alguien 
nos hable de él, aunque nos hable muy bonito. Y si alguien 
cree de ese modo es que está encantado y, por tanto, de algún 
modo enajenado, y de esa manera no se puede creer ya que no 
sería una entrega consciente y libre, sino bajo el influjo de esa 
sugestión, que tiene algo de ilusoria, al menos en el sentido de 
que no contiene la realidad a la que hace referencia, sino solo 
una referencia fascinante; eso, en el caso de que todo lo que diga 
sobre la persona sea verdad.

La referencia a Jesús, que nos hace una persona, puede ser un 
impulso para ponernos en contacto con él, pero no sustituye 
al contacto. Por ejemplo, cuando Andrés se encontró con su 
hermano Simón después de haber estado con Jesús, estaba tan 
contento, que dio testimonio de él; pero no pretendió que se 
convenciera por sus palabras. Por eso le añadió: “ven y lo verás”. 
Pero, si ahora no puede decirse eso porque Jesús no está aquí, 
si está en el seno del Padre ¿cómo vamos a tener el contacto 
personal indispensable para entregarnos en fe a él?

Para aclararnos del proceso que conduce a la fe después de la 
resurrección y, cuando ya no se dan las apariciones iniciales que