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Para el tema que nos ocupa, hay que tener en cuenta que las
apariciones no son algo secundario respecto de la resurrección:
un modo de informar de ella a sus amigos. Por el contrario, ellas
forman parte de la resurrección. En efecto, la muerte de Jesús
es, como vimos, la consumación de su relación de fe, tanto con
su Padre como con nosotros. Como nos lleva en su corazón y
no quiere ser salvado de nosotros, su Padre no puede arrebatarlo
de este mundo y llevárselo a su seno. Como no puede hacer
nada, Jesús tiene que morir sin ver la actuación salvadora de
su Padre, sin signos; tiene que morir remitido, lleno de fe, a su
actuación después de la muerte. Jesús muere, pues, consumando
su fe en su Padre y en nosotros. Muere como nuestro hermano.
Si su Padre resucita a nuestro hermano, la aparición a los que
se han quedado huérfanos, sin el hermano mayor que era la
vida de su vida, es un aspecto esencial de su resurrección. Si no
tiene ningún hermano, el Padre no ha resucitado al hermano.
Las apariciones son la constitución definitiva de esa fraternidad
en Cristo. Por eso un aspecto fundamental de ellas es el envío
del espíritu de hijos, que nos constituye en hijos en el Hijo
y hermanos en el hermano universal. Así los capacita para
expandir esa fraternidad universal.
16. Dichosos los que creen sin haber visto (Jn. 20, 29)
16
Tomás no estaba reunido cuando Jesús se apareció a sus
compañeros. Ellos le daban testimonio de que lo habían visto
resucitado, pero él no los creía. Se había quedado tan impactado
por la conciencia de que Jesús había muerto como crucificado,
que les aseguró que no creería hasta que no viera las llagas de
16 Mateos-Barreto, oc, 873-882; Léon-Dufour, oc, IV, 199-206, 215; Brown, oc, XIII-
XXI, 1363-1370; Barret, oc, 875-876.