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en Biblia, porque asisten siempre a la sinagoga y cumplen la 
Torá, no les hayan querido abrir sus casas, mientras que les han 
abierto los corazones la gente insignificante que está un tanto 
al margen de las cosas de la religión. Por eso, les insiste que 
tienen que dejar sus pretensiones y hacerse como niños; pero 
ellos persisten en su actitud. Incluso cuando en la última cena 
les está manifestando la pena que siente porque uno de ellos lo 
va a traicionar, enseguida ellos se olvidan del asunto y se ponen 
a discutir cuál es el más grande. Por eso, según Lucas, ante la 
persistente cerrazón, que culmina cuando ante una ironía para 
encarecer lo apretada que va a llegar a ser su situación cuando él 
ya no esté, le muestran dos espadas, para hacerle ver que están 
preparados para todo, él acaba bruscamente las confidencias 
de esa noche diciendo: “Basta ya” (Lc. 22, 38. 51); expresión 
que repetirá en el huerto, después de que Pedro haya usado la 
espada. Es terrible que el evangelio de Lucas, que coloca a los 
discípulos a una luz más favorable, ponga en labios de Jesús esa 
expresión como índice de que para Jesús, ante la cerrazón de los 
suyos, no tenía sentido seguir hablando. Ese es el modo como 
concluye lo que él había querido que fuera su testamento antes 
de su pasión.

Como se ve, todo esto trasluce un desencuentro tenaz, que hace 
ver la soledad creciente de Jesús cuando estaba en medio de 
los suyos. Y que hace ver el fracaso de Jesús que, a pesar de su 
perspicacia y su infinita paciencia, no consiguió que se abrieran 
a su propuesta.
 
Pero, complementariamente, esa distancia infranqueable, pone 
más al descubierto la prestancia enorme de Jesús, la calidad de 
su persona y la profundidad de su irradiación y atracción, ya que,