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que se mantenga el sistema. En este totalitarismo de mercado,
que es la figura actual del occidente globalizado, muchísimos
funcionarios actúan con la misma irresponsabilidad, alegando
que ellos no pueden prever, ni tomar en cuenta, las consecuencias
laterales de sus actos, que ellos lo único que buscan es hacer
desaparecer el déficit del Estado y que la flexibilización del
mercado de trabajo o el desmonte de los servicios sociales son
medidas que conducen a ello.
Por eso, si miramos bien la situación del centurión, que hemos
caracterizado como la de un funcionario, en este caso de carrera,
que dice limitarse a recibir órdenes, tenemos que insistir que
no es excepcional; tal vez sea minoritaria, pero es estructural
y absolutamente indispensable para la marcha de este sistema
fetichista. Ahora bien, como estamos en un sistema democrático
¿quién puede eximirse de responsabilidad?
Por eso, si miramos bien, el caso del centurión es absolutamente
ejemplar: una persona del estatus y precisamente encargada de
ejercer la violencia legal frente a los que perturban el sistema,
que, lejos de dejarse moldear por su oficio y perder así todo
rastro de sensibilidad humana, conserva la capacidad de ir
más allá de su función, y por eso, puede salir de sí y colocarse
perceptivamente frente a la realidad y llegar a ver al ser humano
detrás del condenado o, mejor, sobresaliendo por encima de esa
condición absolutamente descalificada. Es capaz de reaccionar
humanamente frente a ese desechado por el orden establecido,
que él precisamente representa; es capaz de sentir admiración
ante él y no desprecio ni aborrecimiento; es capaz de abrirse de
tal modo ante esa persona, es capaz de inhibir hasta tal punto su
papel respecto de él, que da lugar a que se manifieste su misterio