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También hay maestros de la ley que se dejan impresionar por 
esta capacidad que tiene Jesús de poner vida y se inclinan a 
pensar que viene de Dios, que obra por su espíritu. Pero, en 
definitiva, se impone el criterio de que no puede venir de Dios 
porque, al curar en sábado, no guarda el descanso sabático y, en 
definitiva, porque no es de ellos, que son los del partido de Dios.

El ciego creyó en Jesús. Por eso fue a bañarse a la piscina de 
Siloé como él lo mandó y recobró la vista. Para él lo que hizo 
Jesús con él no fue un acto puntual, sino una relación personal 
salvadora, recreadora, que lo comprometía con él.

En la discusión con los dirigentes, ambos se mueven en niveles 
distintos: ellos, en el de la legislación establecida desde antiguo, 
tenida como la expresión cabal de la voluntad de Dios. Él, en 
el de su experiencia salvadora, una experiencia actual de Dios a 
través de Jesús, una experiencia, pues, que acredita a Jesús como 
enviado último de Dios, del Dios liberador. 

El problema para los dirigentes es que la religión del pueblo de 
Israel es una religión histórica, basada, no en la sacralización 
de las fuerzas de la naturaleza, como eran las religiones de su 
entorno, sino en acontecimientos históricos de salvación. Por 
eso cuando los dirigentes invocan a Moisés como referente 
autorizado, él les rearguye que si en Moisés actuó Dios liberando 
¿por qué no lo reconocen en Jesús, que hace lo mismo?

Es que para ellos Moisés, más que el caudillo liberador de la 
esclavitud y conductor a través del desierto a la tierra prometida, 
es aquel al que le habló Dios, es decir, el legislador, una 
legislación absoluta, que manifiesta el señorío absoluto de Dios, 
y no, como aparece en el Éxodo y el Deuteronomio, la ley que