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Al lavarse los ojos, lleno de fe, comienza a ver. Tenía que ser 
algo indescriptible comparar la idea que se había hecho de las 
cosas con el modo como las veía. Caminaría sin trastabillar 
y mirando todo con grandísima atención. Los que lo veían 
viendo, se quedaron tan asombrados que discutían si era el 
mismo o alguien que se le parecía. él insistía que era el mismo. 
Entonces, llenos de genuino interés, le preguntaban cómo había 
comenzado a ver. Él les contaba lo que había hecho con él Jesús. 
Como obviamente no se trataba de una curación técnica, sino de 
un signo, que ellos interpretaban como de Dios, lo llevaron ante 
los dirigentes religiosos. Ellos le volvieron a preguntar cómo 
había comenzado a ver. Entonces se produjo una discusión 
entre ellos porque unos aseguraban que, si hacía eso, es que 
era de Dios; pero otros argüían que, si profanaba el sábado, 
no podía venir de él. Por eso, le pidieron su parecer al ciego. 
Él contestó resueltamente que era profeta. Como no querían 
sacar esa conclusión, llamaron a sus padres, que certificaron que 
era su hijo y que nació ciego, pero en lo tocante a la curación 
les remitieron a él porque tuvieron miedo a comprometerse. 
Ellos, metidos en ese callejón sin salida, volvieron a pedir que 
les repitiera cómo lo había curado. Él, ya en tono desafiante, 
les preguntó si ese interés se debía a que también ellos querían 
hacerse sus discípulos. Ellos arguyeron que eran discípulos de 
Moisés porque a él constaba que le había hablado Dios, en 
cambio Jesús no se sabía de dónde venía. Él les echa en cara su 
incapacidad de discernir, porque, si hace bien, como le consta 
a él personalmente, no puede venir sino de Dios. Ellos, que 
no pueden oponer ninguna razón al argumento del ciego, lo 
descalifican por su ceguera nativa. Pero, aun en su lógica, falla el 
argumento, porque si era pecador por no ver y ahora ve, es que 
Dios ha intervenido en su vida. Por eso, al verse vencidos, lo