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seis obispos, a cientos de curas y monjas y a muchos miles de
cristianos comprometidos, sobre todo populares.
Por eso, desde hace más de una década, aunque se sigue
proclamando lo mismo, de hecho la mayoría de la institución
eclesiástica ha vuelto a proponer persistentemente un
cristianismo de grupos cerrados, de prácticas y ritos. Ha
sustituido la encarnación kenótica, que es el camino insustituible
de Jesús, por la invocación religiosa, sobre todo litúrgica, del
nombre de Jesús; ha abandonado la solidaridad de salvar al
mundo desde dentro del mundo y desde abajo, desde los pobres,
por la propuesta de salvarse del mundo, entrando en el ámbito
eclesiástico organizado.
¿No tenemos que llorar hoy también por Jerusalén? ¿Y no
son hoy también pobres quienes siguen dando la cara por
Jesús de Nazaret, por su camino, en medio de la ciudad, de la
dirección dominante en ella, que no quiere conocer la paz que
él le trae, porque, como denunciara Medellín, sigue siendo una
institucionalidad violenta, que genera violencia?
Entre nosotros ¿quiénes mantienen hoy la fe y la proclaman con
su vida? Cuando decimos a Jesús en la cena del señor “no mires
nuestros pecados sino la fe de tu Iglesia” ¿en quiénes estamos
pensando? En un juicio de hecho y no solo en teoría ¿no son los
pobres con espíritu los que constituyen el corazón de la Iglesia,
los que mantienen e irradian la fe, los que conocen la paz del
Señor y, por eso, la propagan a quienes se ponen en su onda?