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lo que agrada al padre. En eso consiste la relación de fe, que 
es el alma de las expresiones religiosas y que las desborda 
completamente. Por eso cuando se absolutizan los cauces de la 
religión, se oscurece la relación de fe.

Por eso, Jesús, que sí mantenía esa relación de fe, es decir, 
personal, incluso con los personeros, se dolió de su ceguera y 
lloró por Jerusalén.

En América Latina, antes del concilio, vivía el catolicismo 
la culminación del proyecto pastoral de restauración de la 
cristiandad; un proyecto sacral, cuyos sujetos eran los personeros 
de la institución eclesiástica y cuyas manifestaciones más visibles 
eran el cumplimiento masivo de los ritos de pasaje (bautismo, 
primera comunión, matrimonio y exequias), la asistencia a la 
misa dominical, la celebración religiosa de las fiestas sociales y la 
celebración social de las fiestas religiosas, y multitud de eventos 
que ocupaban gran parte del tiempo libre y del espacio público. 
Sin embargo, había un divorcio profundo entre la religión y la 
vida personal y social. En efecto, siendo la única región cristiana, 
éramos y seguimos siendo la región con más desigualdad social 
del planeta. 

En el posconcilio, desde Medellín, la Iglesia latinoamericana 
buscó realizar el cristianismo en la vida. Los pueblos creyentes y 
oprimidos, apoyándose en su fe y con la alianza de la institución 
eclesiástica y de profesionales comprometidos, se movilizaron 
para conseguir sus derechos y lo que Medellín llamó el desarrollo 
integral, un desarrollo humano. Como no se había visto desde 
el imperio romano, la respuesta del orden establecido, que se 
decía cristiano, fue de una brutalidad inaudita: asesinaron a