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Jesús no tenía dónde reclinar la cabeza: lo siguió para vivir ya en 
camino. Él, que al quedarse ciego había tenido que vivir varado 
a la orilla de la vida, al recobrar la vista no busca establecerse 
por su cuenta, no busca una querencia, sino que se resuelve a 
vivir, sin tener un lugar como referencia, porque en adelante, 
su referencia sería una persona viva y en camino. No necesita 
una querencia, porque se ha entregado a quien se entregó a él, 
iluminando su vida. Caminando vive estable, porque nunca se 
separará del camino, del camino que es Jesús. 

La respuesta del ciego a la fe de Jesús en él, es la máxima 
expresión de la fe: vivir colgado de la palabra del maestro, vivir 
en su seguimiento. Por eso, Jesús, al ponerlo en marcha, le había 
dicho: “tu fe te ha salvado”. No solo lo sanó, le devolvió la vista, 
sino que dio sentido y dirección, plenificó, su vida. 

12. Los pobres entran en Jerusalén en una imponente 

manifestación de fe. Los representantes del templo y 

la Torá no reciben a Jesús porque no es del aparato  

(Mc. 11, 1-11; Mt. 21, 10-11; Lc. 19, 41-44)

12

Jesús va entrando en Jerusalén, escoltado por muchos miles 
de peregrinos galileos, que vienen a prepararse para celebrar la 
Pascua. Lo han avistado cuando se acercaba a la ciudad, han 
percibido que quería entrar en ella en forma, digamos, oficial 
y pública, como el enviado que es de Dios a su pueblo, y, por 
eso, lo acuerpan en son de reconocimiento y homenaje. Es 
una verdadera entrada triunfal; no, ciertamente como las que 

12 Grilli-Langner, 

Comentario al evangelio de Mateo. EVD, Estella, 2011,527-532; 

Navarro, oc, 394-399; Gnilka, oc, 131-142; Taylor, oc, 540-548; Fitzmyer, oc, IV,91-

108; Bovon, oc, IV, 33-64; Bonnard, oc, 450-453.