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queda reducido a lo mínimo indispensable, la relación es de una 
parquedad, que puede parecer frialdad y sonar casi a desapego. 
Pero los leprosos creen que Jesús habla en serio, creen en su 
palabra y se ponen en camino.
 
No es poca la fe que se requiere para que por esa simple 
indicación se dirijan al templo. Esa indicación se la hace también 
al leproso, que se hincó de rodillas ante él; pero se la hizo después 
de tocarlo y sanarlo con su contacto humano. Pero ponerse en 
camino en dirección al templo mientras sienten en sus carnes la 
enfermedad, requiere mucha fe. Ahí sí que la fe es literalmente 
creer lo que no se ve. Pero queda claro que creer, nada tiene que 
ver aquí con contenidos doctrinales; es estrictamente, confiar 
en Jesús, confiar en su palabra, cuando aún no ha producido su 
efecto.

Y, en efecto, de pronto se sienten curados. Se quedarían 
contentísimos; darían, sin dudar, gracias a Dios. Pero pasada la 
euforia inicial del grupo, el grupo se deshizo y cada quien tomó 
su camino. Tal vez fueron al templo. Pero ya habían dejado atrás 
la lepra y no querían mirar hacia ese pasado tan miserable y 
oprobioso por nada del mundo. Por eso romperían incluso el 
vínculo de compañeros de infortunio. Cada quien pensaría solo 
en cómo rehacer su vida.

Pero uno de los leprosos, que era samaritano, se quedó tan 
conmovido de que Dios, por medio de Jesús, se hubiera fijado 
en él y le hubiera hecho esa merced tan insigne, equivalente a 
resucitarlo, sacándolo de esa muerte en vida, que regresó a toda 
prisa donde estaba Jesús y se le echó a los pies agradecido. Jesús 
se dolió de que no hubieran regresado los otros nueve, más aún,