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cuando esa poca fe se pone confiadamente en manos de Jesús, 
la que vence no es ya la fe propia, sino la fe en Jesús. No puede 
decir Jesús; “tú fe te ha salvado”, pero la persona sí logra la 
salvación asido de la fe de Jesús.

Así pues, a veces la relación con Jesús, la oración, no es expresión 
de fe sino de poca fe. Sería mejor que llegáramos a una relación 
de fe y nunca debemos resignarnos a la poca fe ni desistir del 
empeño en llegar al don pleno de la fe. Pero, mientras tanto, 
nunca debemos dejar la oración. No por rutina ni pensando, 
como los romanos, que al hartar a los dioses con nuestros rezos 
interminables (

fatigare dii, decían) ellos nos van a atender para 

que los dejemos en paz. Nuestra oración debe ser, en todo caso, 
una relación personal, una relación de fe. Pero, si no podemos 
llegar a la relación plena de fe, que consiste en ponernos 
confiadamente en sus manos, al menos debemos confiar en la 
fe de Jesucristo y remitirnos confiadamente a ella. Eso hicieron 
Pedro, los discípulos y el padre del epiléptico.

10. Creer a Jesús y creer en Jesús: la fe que sana y la fe que 

salva (Lc. 17, 11-19)

10

Al entrar Jesús a un pueblo entre Judea y Samaria, diez leprosos 
le gritan a la distancia que tenga piedad de ellos. Jesús, por toda 
respuesta, les pide que vayan a presentarse al sacerdote, para 
que después de hacer lo prescrito, les dé la cédula de que están 
sanos y puedan reintegrarse, sin peligro de que los apedreen, a 
su familia y a su pueblo, a la sociedad. Como se ve, el diálogo 

10 Bovon, oc, III, 2004, 182-198; Fitzmyer, oc, 791-806; Pagola, oc, 

3, Lucas, 278-283; 

Aguirre-Camps, 

La curación del ciego Bartimeo, en: Los milagros de Jesús. EVD, Estella, 

2002, 209-246.