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Jesús que el padre ha llegado hasta donde le ha sido posible, 
suple con su fe la que a él le falta.

Es como el caso de Pedro en la tempestad después de la 
multiplicación de los panes. Cuando ven a Jesús caminado sobre 
las aguas y gritan espantados, pensando ver a un fantasma, Jesús 
los conforta diciendo: “Ánimo, soy yo. No teman”. Entonces 
Pedro le pide que le mande ir a su encuentro por el agua. Jesús 
le dice que vaya y, en efecto, Pedro, fiado de la palabra de Jesús, 
camina sin hundirse. Pero al sentir la fuerza del viento, le entra 
el miedo y comienza a hundirse y le pide auxilio al Señor. Él le 
agarró de la mano diciendo: “Poca fe. ¿Por qué dudaste?” (Mt. 
14,31). Como en el caso del padre que estamos considerando, 
como en el caso que consideramos antes, de los discípulos en la 
tempestad cuando despiertan a Jesús para que los salve, todos 
ellos tienen algo de fe, ya que si no la tuvieran no invocarían a 
Jesús. Pero tampoco creen completamente en Jesús. Si Pedro 
hubiera creído, no se habría dejado llevar por el miedo. Si los 
discípulos hubieran creído, o no le habrían despertado, o le 
habrían preguntado qué quería que hicieran; pero en todo caso, 
se habrían sobrepuesto al miedo. En el caso del padre, le habría 
dicho a Jesús que creía que Dios le había dado autoridad sobre 
el demonio que estaba destrozando a su hijo, y que él se atenía a 
lo que le dijera su corazón. Eso fue lo que le dijo el leproso: “si 
quieres, puedes curarme”. O le habría pedido con fe su curación, 
como lo hicieron otros.

Así pues, a veces la persona está tan afectada por la situación 
adversa en que se encuentra, que no logra salir de sí, hasta el 
punto en que la confianza en el otro, en este caso en Dios y en su 
enviado Jesús, logre sobrepasar a la percepción de la consistencia 
del obstáculo sentido. En eso consiste la “pocafe”. Ahora bien,