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ejemplo, en esa misma ocasión, se van a otra aldea donde sí los 
reciben. También en la parábola del buen samaritano, lo pone 
Jesús entrando con toda naturalidad a una posada del camino y 
siendo recibido como uno más en ella; aunque en este caso se 
trata de un samaritano rico y podíamos decir que “el dinero abre 
todas las puertas”.

Jesús iba de Judea a Galilea, no por el Jordán sino por el 
oeste, pasando por Samaria. Habían caminado mucho y estaba 
cansado, así que se sentó al lado del pozo de Jacob, mientras sus 
discípulos iban por comida a la ciudad.

En esto llegó una mujer. Si esta mujer sacaba el agua a esta hora, 
era porque no quería encontrarse con nadie. La razón era su 
situación ilegal, más aún, desastrada: había vivido con cinco 
hombres y ahora vivía con otro, que tampoco era su marido. 
Las mujeres sentirían un profundo desprecio hacia ella. Y ella se 
sentiría muy mal. Sin embargo, igual que acudía al pozo a la hora 
de la siesta, también seguía probando a ver si algún día alguien 
calmaba su sed de amar. No se había resignado a la soledad, a 
la infelicidad.

Para la mujer era un contratiempo encontrarse con alguien y no 
tenía intención de entablar conversación. Esta la inicia Jesús con 
una petición muy objetiva: le pide agua. La mujer, acostumbrada 
a tantos desaires, se extraña de que un varón judío en la plenitud 
de la edad, se exponga a su lógico rechazo. Y se lo echa en 
cara como un reproche, teñido de un punto de extrañeza y de 
curiosidad. ¿Por qué me pides de beber, si sabes que te voy a 
decir que no?