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se busca esa relación, precisamente porque, al observar todo lo 
mandado, uno piensa que se ha ganado su puesto y que no tiene 
que pedírselo a nadie. La relación con prescripciones y no con 
personas, vuelve a las personas autocentradas e individualistas. 
Así pues, la práctica de la religión puede dispensar de la fe. La 
religión es, pues, ambivalente.

El segundo tema es que la fe que salva es la fe en que Jesús la va 
a acoger, la confianza absoluta en su misericordia. Esa fe la salva 
porque, en efecto, Jesús la acoge y ella le entrega todo su amor. 
La fe se expresa ciertamente en la caridad. Pero antes se da la 
acogida de Jesús y la de su “Padre materno” y el agradecimiento 
de la mujer por esa acogida gratuita. Así pues, para Jesús la mujer 
no es solo receptora de la salvación, es decir, de la acogida de 
Dios en su acogida y del perdón de Dios en su perdón, sino 
autora de ella, porque la fe que ella tuvo en que Jesús la iba a 
acoger y en él Dios, es lo más personal de la mujer; aunque sea 
Jesús el que la haya suscitado.

El tercer tema, que surge de la comparación entre los dos 
primeros, es que la acogida de Jesús a la mujer es incondicional 
y gratuita. En la religión la acogida del pecador tiene lugar 
después que este se haya arrepentido de sus pecados, los haya 
confesado y haya prometido no pecar más. Es decir, se lo acoge 
cuando ha dejado de ser pecador. La mujer, sin embargo, se 
presenta ante Jesús, confiando en su acogida, tal como es, 
con su pecado a cuestas. A pesar de ser pecadora, confía en la 
misericordia de Jesús, trasunto, cree ella, de la de Dios. Y Jesús 
no la acoge y perdona porque se haya arrepentido. La acoge 
porque es misericordioso, como su “Padre materno”. La mujer, 
ama porque se siente acogida tal cual es. El amor brota de la 
acogida. Es amor agradecido.