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alguien que acepta un homenaje de una persona indigna. Los
que tenían dudas respecto de Jesús o, incluso, cierta simpatía
hacia su persona, se rindieron ante la evidencia de que quien no
seguía la ley de la pureza, que exige apartarse de los pecadores,
no podía ser un hombre de Dios.
Jesús se dio cuenta de la situación y, aunque le entristecería
profundamente esa falta tan radical de misericordia y de
corazón, como no era un reaccionario, como buscaba siempre
salvar a todos personalizadamente, es decir, a cada uno
desde donde estaba, se dirigió a quien lo había invitado, para
hacerle caer en la cuenta de la entraña de ese acontecimiento
tan conmovedoramente humano que estaban presenciando
sin entender. Le habla de dos deudores a quienes el acreedor
perdona, uno que le debía mucho y otro poco. Le pregunta que
quién será el que más lo amará. Simón responde que el que
le debía mucho. Jesús le dice que, si ha juzgado bien del caso,
también puede entender lo que pasa.
Simón piensa que nada debe a Dios, más aún, piensa que tiene
muchos méritos ante Dios y que, aunque, sin duda, tenga algún
pecado, Dios tiene que premiarlo. Por eso, como ante Dios se
cree más acreedor que deudor, no muestra agradecimiento. Sin
embargo, la mujer tenía una necesidad de vida o muerte de ser
acogida por Dios y, al verse acogida por ese hombre de Dios, se
siente acogida por el propio Dios, se siente reconocida por él.
Le da tanta alegría que Jesús la acoja delante de todos los que
la despreciaban públicamente, que, fuera de sí de tanto gozo, le
demuestra todo su amor.