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Pero si partimos de una perspectiva doctrinaria, la interpretación 
que hemos expuesto es completamente inadmisible, porque 
¿cómo un ser humano va a enseñar algo a Jesús y menos relativo 
a su misión, si él como Dios lo sabía todo desde el principio? Si 
es, en todo caso, inconcebible, mucho más lo es tratándose de 
una mujer, ya que las mujeres no estudiaban, y, mucho menos 
todavía, pagana, que no conoce al Dios verdadero.

Como se ve, estamos jugando con dos conceptos de fe: el 
concepto bíblico, que hemos venido trabajando, desde el que 
la fe es la relación de persona a persona, en la que cada una de 
ellas se atiene, en último término, a lo que la otra revela de sí, y 
el helenístico, que cultivaron los intelectuales eclesiásticos, hasta 
vísperas del concilio y que trasmitieron en los catecismos con 
los que fue adoctrinado el resto del pueblo de Dios. En este se 
contrapone la fe a la visión. Como Jesús tenía desde siempre 
la visión beatífica, no pudo tener fe; como nosotros no la 
tenemos, tenemos que caminar en la oscuridad de la fe. Aquí fe, 
es creer en lo que no vemos. El punto de contacto entre ambos 
conceptos de fe, está en que en la fe bíblica no podemos ver el 
misterio personal, sino tan solo los indicios que las personas 
dan de sí. Por eso siempre se mantiene la autorrevelación que es 
entrega personal; así también en las relaciones entre las personas 
divinas, tal como se nos han revelado en Jesucristo, que es la 
única vía de acceso que tenemos y que tendremos por toda la 
eternidad.

Así pues, este texto es sintomático para comprobar si nuestro 
Dios es el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo o el de los 
filósofos y el de los teólogos cuando piensan sin base bíblica 
(

teologumenon). Desde esta noción de Jesucristo, que en definitiva