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Como se echa de ver, que la fe busque entender, nada tiene
que ver con que busque captar intelectualmente el misterio: no
se trata de conocimiento objetual. Por este camino no se llega
muy lejos. El sentido genuino de esta expresión, como interna
a la relación de fe, es que el que escucha con fe trata de meterse
en la lógica y en los sentimientos de quien habla, para hacerse
cargo de lo que le quiere decir. Y así la mujer llega a captar
certeramente que las palabras de Jesús no contienen ningún
desprecio hacia su persona ni, menos aún, falta de misericordia.
Llega a captar el conflicto interno entre su corazón, que le
pide atender al reclamo de la madre, y su condición de hijo,
que tiene que atenerse en todo caso al designio del padre. Por
eso, haciendo justicia a ambos motivos, la mujer le hace ver
que puede dar rienda suelta a su misericordia sin contravenir la
voluntad de su Padre sino, por el contrario, cumpliéndola.
Jesús se admira de su fe, una fe tan perspicaz, que le hace
superar la barrera de su lenguaje provocativo y que es capaz de
interpretar certeramente su misión, tanto el contenido, que es
la misericordia divina, expresada humanamente, como su radio
de acción, sus destinatarios, que son, ante todo, los miembros
necesitados del pueblo de Dios, pero, lateralmente, también
los demás, es decir, los paganos. Y, alegre y agradecido por la
iluminación recibida, hace lo que le pide.
Si analizamos el texto, desde la humanidad de Jesús de Nazaret,
en la que, como hemos venido insistiendo, manifiesta al padre y
en la que se manifiesta, consiguientemente, su condición de hijo,
esta parece la interpretación congruente con el modo como lo
presentan los evangelios: creciendo en sabiduría y en gracia,
ante Dios y ante los seres humanos.