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ha dejado por imposible, no humaniza al que ama ni al que es
amado de ese modo. Por eso, la fe es la flor del amor, ya que
incluye la esperanza en su redención, a pesar de lo que sea.
Pues bien, en el caso del centurión, la misericordia con su
criado estimula la fe en Jesús. Ha oído, sin duda, hablar de
Jesús y tiene una opinión muy favorable de su persona, como
personificación de la misericordia de Dios. Pero esta creencia
en el poder de su amor misericordioso, solo se convierte en fe,
cuando la misericordia hacia su criado lo impele a salir de sí y
buscar la misericordia de Jesús. Entonces, es cuando cree en él
y por eso envía una comisión de ilustres para rogarle que sane
a su enfermo. Cuando le avisan que ya viene y él se da cuenta
de que le está poniendo en el aprieto de entrar en la casa de
un incircunciso y quedar impuro, es cuando la delicadeza con
Jesús, otra manifestación de su amor, que busca el bien de Jesús
y no afectarlo negativamente, hace que su fe se aquilate hasta el
máximo, que asombra a Jesús.
Le dice que no es necesario que entre en su casa, porque si él,
que es un subordinado, da órdenes a sus soldados y a su criado
y ellos le obedecen, Jesús, que es enviado plenipotenciario
de Dios, con mayor razón puede dar órdenes a la fiebre y la
fiebre dejará a su criado. La explicación es un tanto pintoresca,
pero muy ajustada a su experiencia vital y da en el clavo de lo
esencial: Jesús, como rostro humano de Dios, tiene un poder
absoluto en orden a la vida, a su rehabilitación. El centurión
descansa en ese poder, que es, no lo olvidemos, el poder de la
misericordia de Dios. Su misericordia apela a la misericordia de
Jesús, que es trasunto de la de Dios. La misericordia, que lleva al
militar a salir de sí, lo capacita para tener fe en la misericordia de