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escapan a la razón sino creer en personas, en este caso en la
persona de Jesucristo, como portador de la misericordia de Dios,
no se puede creer en Jesús si no se necesita y busca afanosamente
la salud del criado enfermo, movido por la misericordia.
Si vivo tranquilo en lo mío, en el caso del centurión, en mi
estatus, en mi poder, en mis relaciones, y, en otros casos, en mis
posesiones o en mi integridad moral; si vivo autocentrado porque
me basto para salir a flote en mi vida, si estoy satisfecho, o si,
aun en el caso de que no lo esté, me atengo a mis posibilidades,
no puedo tener fe, porque no tengo ninguna propensión a salir
de mí y confiar en otra persona y menos aún, a ponerme en sus
manos.
Si estoy autocentrado y veo que la relación con otro puede ser
ventajosa para mí, trato de establecer una relación de mutua
conveniencia. En esa relación cada quien busca su propio
provecho, aunque pueda ser una relación muy querida y buscada,
en la que la complacencia mutua alcanza cotas muy altas, incluso
puede darse un deseo muy intenso (es lo que dice la canción
venezolana: “cuando las ganas se juntan”); pero en ese tipo de
relación está excluida la fe, que requiere salir de sí y ponerse en
manos del otro.
La fe requiere el amor, que es lo único capaz de descentrar
radicalmente, porque consiste en buscar el bien del otro por el
otro mismo, no por mi propia perfección, ni por congruencia
con mi conciencia moral, ni por mi satisfacción, sino porque
afirmo incondicionalmente al otro. Aunque no basta el amor, ya
que cuando el amor, la entrega al otro, no contiene la confianza
en él, porque a través de muchas experiencias negativas se lo