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puede conocer a Dios y a su enviado y confiar en ellos más que
los miembros de su pueblo. Es bonito que eso no le escandaliza,
ni le extraña, sino que le admira: se abre a ello positivamente,
con simpatía, le parece muy bien haber encontrado en él esa fe.
Este encuentro es a la distancia, no solo porque no se encuentran
físicamente, sino por la distancia social, política, religiosa y
económica, que había entre ambos, una distancia que parecía
imposible de mediar. Parecería que dos personas así nunca se
encontrarían. La mediación es el criado enfermo; aunque más
profundamente, es la misericordia del centurión y la de Jesús.
Pero también es su apertura mental, su simpatía hacia ese pueblo
ocupado, su atención hacia lo que pasaba en él, que lo llevó a
tener ese conocimiento interno tan profundo de Jesús, esa fe
verdadera en él.
El encuentro se dio a través de sus palabras, tan concretas, en
las que, a partir de su propia experiencia como centurión, le
da a conocer a Jesús el concepto que tiene de él, de su poder
absoluto. Jesús se admira de que esa persona, al parecer tan
profana, esté tan al tanto de su persona y de su misión. Es un
encuentro en profundidad que llena a Jesús de alegría.
En esta escena, queremos destacar dos temas: el de la misericordia
y el de la fe. El tema de fondo sería la relación entre ambos, su
mutua imbricación.
Ante todo, habría que reconocer que, el impulso primigenio que
pone todo en movimiento no es la fe sino la misericordia. Sin
misericordia no hay fe, porque no hay salida de sí, ni acudir al
que puede poner remedio. Si la fe no es creer en verdades que