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muestra más palpable de que el centurión que comandaba la 
tropa en Cafarnaúm era una persona muy humana es que estaba 
muy preocupado por la enfermedad de un criado suyo y que 
sentía mucho verle sufrir tanto. Si se hubiera atenido a su papel, 
habría cambiado simplemente de criado. Pero ese centurión 
toma tan en serio la salud de su sirviente y está tan al tanto de 
lo que pasa en la región que, habiendo oído hablar de las dotes 
taumatúrgicas de Jesús, se molesta en enviarle una delegación de 
israelitas notables para rogarle su curación.
 
La escena parece totalmente desproporcionada desde el punto 
de vista de los criterios establecidos. Sin embargo, los notables 
se toman a pecho el encargo por lo contentos que están de su 
desempeño. Las credenciales que le exponen a Jesús para que le 
conceda lo que le pide es que quiere al pueblo galileo hasta el 
punto de haberles construido una sinagoga.

Es la única escena en la que se alegan méritos para que Jesús 
atienda una necesidad. Jesús es gratuito. No cura a alguien 
porque lo merezca sino porque lo necesita y siente compasión 
de él. Pero, al tratarse de un militar romano, tanto él como los 
notables sentían que debían alegar a su favor, ya que era evidente 
lo que estaba en contra. Sin embargo, no se trata de él sino de un 
criado que se supone que era de la zona.

Jesús accede y se dirige con ellos hacia su casa. Como es normal, 
alguien se ha adelantado a informarle que viene la comitiva. Pero 
el centurión lo despacha de nuevo a Jesús para rogarle que no 
se moleste en llegarse hasta él, porque él no es digno y además 
no es necesario.