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5. La fe del centurión en Jesús como dispensador
plenipotenciario del poder benéfico de Dios (Lc. 7, 1-10)
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El centurión romano de Cafarnaúm, obviamente pagano,
teniendo un criado muy enfermo y sabiendo la presencia de Jesús
en la ciudad, le envía una embajada para instarle a que lo cure. Al
ser informado de que Jesús se dirige hacia su casa, le encarga decir
que no entre para que no se contamine; porque, además, cree que
no hace falta su presencia para que cure a su criado, porque si
él, aunque es subordinado, manda a los que tiene bajo su mando
y le obedecen, cuánto más podrá mandar Jesús a la fiebre que
salga del criado. Jesús se admira de su fe, que él ha suscitado.
Analicemos la escena.
Es cierto que los romanos habían conquistado la tierra prometida
desbancando a las legítimas autoridades, que mantenían fuerzas
de ocupación para asegurar el control y que cobraban pesados
tributos. Tenían la política de apoyarse en las élites locales para
internalizar el control y, en general, mantenían el orden de cosas
pactado: el Derecho Romano. Pero eran durísimos a la hora de
reprimir cualquier alboroto que supusiera poner en entredicho
su dominio. Por eso, las fuerzas de ocupación eran vistas como
lo que eran. Sobre todo, los nacionalistas religiosos las mirarían
con odio.
Sin embargo, las categorías sociales no determinan a las personas
y, por eso, en concreto, podía haber ocupantes romanos que no se
portaran como tales, sino humanamente e, incluso, con simpatía
hacia lo específico de ese pueblo, en ese caso, su religión. La
5 Fitzmyer, oc, 627-639; Bovon, oc, 469-501; Bonnard, oc, 179-181; Luz,
Evangelio según
san Mateo II. Sígueme, Salamanca, 2001, 31-38; Grilli-Langner, oc, 203-208; Pagola, oc,
Lucas, 117-124.