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cielo, de la curación? Así parece de buenas a primeras; pero,
si seguimos haciéndonos cargo de la situación de la mujer,
tendremos que convenir que, si Jesús no hubiera provocado esa
confesión, cuando ella empiece a ir a la sinagoga y a salir de su
enclaustramiento y mezclarse con todos y ellos le pregunten por
qué ese cambio, qué le había pasado, ella ¿va a “echar el cuento”
a cada uno? Y además ¿le van a creer? ¿No quedaría la sospecha
de si aún subsiste el mal? Jesús, consciente de esa dificultad, lo
que hizo, al provocar la confesión, es que la gente se entere de
un mal ya pasado, superado por la fuerza de Dios. Jesús, siempre
tan atento a lo concreto.
Pero hizo mucho más: quiso que la mujer apareciera no solo
como sanada por él sino como coautora de su trasformación
personal. Por eso la despidió diciendo: “tu fe te ha salvado: vete
en paz”. Para la mujer, toda llena de agradecimiento a Dios y a
Jesús, oír que era su fe la que la había salvado; que no era solo
destinataria de esa bendición de Dios sino también coautora, era
tan excesivo, que le daba más alegría que la propia curación. Y
era cierto: Jesús había estimulado esa fe; pero era ella la que había
respondido personalmente a la incitación a la fe esperanzada
que provenía de la persona de Jesús. La fe como un encuentro
progresivo, como un proceso personalizador, que inicia Jesús y
que, si es secundado por la persona, lleva a una trasformación
total. Ésa es la enseñanza de la escena.
Lo que hizo Jesús fue presentarla en sociedad como bendecida
por Dios y como una mujer que se ha abierto personalmente
para que esa bendición fecunde su vida. Por eso, cuando Jesús
siguió con Jairo hacia su casa, todos la felicitarían y propagarían
la noticia. Ya ella no solo estaba curada, sino reintegrada a la
sociedad con honra y parabienes de todos.