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extrañadísimo, le respondió que cómo preguntaba eso cuando 
todos iban tan apretados. Pero él siguió preguntando hasta que 
la mujer no tuvo más remedio que postrarse a sus pies y contarlo 
todo.

La primera pregunta que surge es si lo que ha hecho la mujer es 
una relación de fe o un acto de magia: tocar a un ser prodigioso 
para arrancarle su energía. Esta última interpretación parece 
avalada por el texto que dice que Jesús pregunta “consciente 
de que una fuerza había salido de él”. ¿El evangelista presenta a 
Jesús como un ser fabuloso cargado de fuerzas energizantes, de 
un dinamismo vitalizador, con el que contagia a los que toca o a 
los que, conscientes de sus facultades, lo tocan? Puede parecer 
pintoresco, pero es el modo de expresar que Jesús es el hombre 
del espíritu, no solo en el sentido de que obedece al espíritu de 
Dios por el que fue concebido, sino en el de que posee al espíritu 
de Dios como suyo y de él brota esa fuerza de Dios. Pero esa 
fuerza que es Dios no es, por eso, un poder de este mundo. Es 
un poder personal entregado en una relación personal.

Así pues, la mujer lo toca, no como quien toca un amuleto, 
sino como el grado mínimo de contacto personal, ya que no 
puede acceder a él de otro modo, porque siempre va pasando y 
acompañado de mucha gente y ella no se atreve a airear su mal 
en público. El contacto, lleno de fe, logra la curación.

La segunda pregunta es, si ya la mujer está curada ¿por qué le 
hace pasar Jesús esa pena tan enorme de tener que contar delante 
de todos lo que había tenido oculto durante tantos años? ¿No 
parece cruel con la mujer “sacarle los colores” y precisamente 
en el instante en que ella está saboreando la alegría, venida del