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La fe de los amigos en Jesús y su amor por su amigo llegó hasta
ponerlo con Jesús, quien suscitó su fe al darle confianza y él
aceptó con fe el perdón y con él la orden de que se pusiera en
pie.
Así pues, la fe para el ser humano comienza por la fe de otros
en él, muchísimas veces, la de sus progenitores, en este caso la
de los amigos. Sin amor no hay fe; pero la fe es la flor del amor.
Y en este caso, la fe de los amigos se repotencia por la fe que
ellos tienen en Jesús y la fe que tienen en que él suscitará la fe de
su amigo, que ellos eran incapaces de suscitar. Para los amigos,
Jesús era el amigo por antonomasia: el perdón y la salud eran
fruto de su simpatía y su misericordia. Su poder no era otro
que el poder de su humanidad. Por eso, la fe en Jesús hace que
triunfe siempre la humanidad.
Volvemos a repetir lo que dijimos a propósito de la tempestad
calmada: no es que Jesús cancele la condición humana. De ningún
modo. Lo que sucede es que él es el prototipo de humanidad,
el molde en el que todos somos creados, y también aquél en
vistas al cual hemos sido creados, el Alfa y la Omega. Por eso
solo él conoce hasta dónde llegan nuestras potencialidades y
solo él, su simpatía y su misericordia, es capaz de suscitarlas
hasta el límite; y solo él es capaz de anticipar lo que el Padre nos
tiene reservado, cuando, después de morir, después de que sea
vencido el último enemigo que es la muerte, seamos recreados
como cuerpos espirituales y Dios sea todo en todos.