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riquísimo que me ofrece todo lo suyo como respaldo para mi
vida, si tengo fe en él y acepto su ofrecimiento, ¿puedo tener
miedo a quedarme arruinado? Así pues, si creo en alguien que
es apoyo firme, porque quiere y puede ayudarme, vivo confiado
y no me asustan las eventualidades. Pues bien, si creo en Jesús
y, a través de él, en Dios como el padre materno que es la
vida de mi vida, estando con él, nada me puede pasar que sea
un mal irremediable. Para Jesús, como se ve en el pasaje que
comentamos, ni siquiera la muerte lo es, porque aquél en quien
me apoyo es el creador de la vida y el resucitador de los muertos.
Como un signo de que es así, Jesús se encara con el viento, lo
manda callar y sobreviene la calma. Los discípulos, en el colmo
de su estupor, comentan: “¿Quién es este que hasta el viento y
el mar obedecen?”.
Hay que tener en cuenta que, serenar la tempestad es el signo
de que, estando con Jesús, no nos puede suceder ningún mal
irremediable. Por eso, este signo no quiere decir, de ningún
modo, que no nos va a suceder nada malo. Quiere decir que, de
cualquier mal que nos sobrevenga, Dios sacará un bien mayor.
Sin embargo, los discípulos entendieron, que, como los había
salvado de la tempestad, los salvaría de cualquier peligro. Por
eso, al caer Jesús en manos de sus enemigos y morir sin signos,
se quedaron completamente desorientados y su fe entró en una
crisis total. Porque, si por una parte, no podían dudar de que a
través de Jesús había pasado Dios, por otra, no podían entender
que Dios lo hubiera abandonado en la hora de la verdad. Al
entender la fe como seguridad objetiva y no como confianza
en Jesús y, en definitiva, en Dios, no pudieron comprender que
en la cruz el espíritu del padre lo estaba sosteniendo, que Jesús