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orilla. Le pusieron un cojín en la popa, se recostó en él y se 
quedó profundamente dormido. Estaba tan traspuesto que no 
se enteró de que, con el ímpetu del viento, el agua se estaba 
entrando en la barca y que los discípulos no se daban abasto 
para achicarla y la barca se estaba llenando de agua y estaban a 
punto de naufragar. 

Los discípulos, poseídos por el pánico por el temor a naufragar 
en la tempestad, despiertan a Jesús, no para que no se ahogue 
sino para que los salve. Le dicen: “Maestro, ¿no te importa que 
nos hundamos?”. 

Analicemos esta plegaria que tiene la forma de un reclamo. 
El modo de encararse con Jesús que, no lo olvidemos, estaba 
profundamente dormido de puro agotamiento, presupone que 
los discípulos han interpretado el sueño de Jesús como falta 
de solidaridad con ellos. Como si Jesús no estuviera también 
a punto de perecer, como si el peligro fuera solo para ellos y a 
Jesús, abstraído en sí, no le importara la suerte de sus discípulos. 
¿Lo veían tan señor de sí y tan entrañado en Dios, que lo 
creían a salvo de cualquier eventualidad? ¿O es que estaban 
tan absorbidos por el peligro inminente de sus vidas que solo 
pueden atender a ellas? En todo caso sí piensan que Jesús, si 
prestara atención a la situación, sí podría remediarla.

Jesús se despierta y, después de serenar la tempestad, se encara 
con ellos diciéndoles: “¿Por qué son tan cobardes? ¿Es que no 
tienen fe?”

Como se ve, para Jesús la fe es lo opuesto del miedo, es decir, de 
dejarse llevar por el miedo. En efecto, si yo tengo un hermano