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como sus vecinos, que de ellos no puede salir la salvación. Ellos 
dan para vivir esa vida, no para trasformarla y redimirla. Si a 
ellos los tiene que salvar alguien más cualificado, ¿cómo uno de 
Nazaret va a ser el salvador de Israel?

Una relación absolutamente asimétrica con las autoridades y los 
que tienen alguna relevancia los ha llevado a minusvalorarse, 
incluso, a despreciarse a sí mismos. Por eso, a pesar de lo que 
oyen, no están dispuestos a creer en Jesús, que no es más que 
uno de ellos.
 
Ahí está, en esa misma lógica tan persistente, el trasfondo de la 
propensión que se ha mostrado irresistible a lo largo de todos 
los siglos cristianos, de revestir a Jesús con los atributos de la 
realeza y de la riqueza. ¡Qué pocos artistas han representado 
a Jesús con figura de pobre! De ahí, también, la propensión a 
comprender a Jesús como un Dios disfrazado de ser humano 
pobre; pero en realidad Dios, y no, ser humano ni menos, pobre.

Como no pueden llegar a hacerse idea de la dignidad y, menos 
aún, de la calidad humana de los pobres, no pueden llegar a 
representarse a Jesús como un campesino pobre. Por eso, 
desechando la tradición evangélica y la tradición más auténtica 
de la Iglesia, se agarran hoy algunos a la palabra 

tekne para 

asentar que Jesús fue un constructor que tenía obreros a su 
cargo, que vestía elegantemente, que habría realizado trabajos 
en la construcción de Séforis y que frecuentaría el teatro. 

No creo que tenga sentido refutar esta opinión, sino referirse 
más bien a esa incapacidad de aceptar que Jesús pudo ser un 
pobre y, más aún, un pobre que no se promovió, sino que se