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proclives a algún tipo de arrianismo, es decir, a considerar a
Jesús como uno de los seres humanos que, de un modo u otro,
han hecho presente a Dios (como uno de los Cristos, que es
lo que dicen muchos hoy, cuando las grandes religiones se han
hecho presentes unas a otras), así muchos en el pueblo y en la
institución eclesiástica han tendido a algún tipo de apolinarismo,
o sea, que se han representado a Jesús como Dios vestido con
un cuerpo para podérsenos hacer visible y para poder padecer
por nosotros. En el primer caso no se llega al misterio de Jesús
porque no se profundiza suficientemente en su historia y en
el segundo, una falsa concepción del misterio impide tomar
en serio su historia. Así pues, para nosotros como para sus
contemporáneos que llegaron a creer en él, la única puerta para
acceder conscientemente a Jesús de Nazaret es su historia, es
decir, son los evangelios.
Claro está que el primer acceso a Jesús, un acceso absoluto,
independiente de la conciencia que se tenga, son los pobres.
Atiendo a Jesús, si atiendo a los pobres; no atiendo a Jesús, si
no atiendo a los pobres; lo sepa o no lo sepa. Pero el acceso
consciente, es decir, discipular, que es el acceso de fe, se da
mediante los evangelios. Es cierto que también puede accederse
a Jesús mediante la comunidad cristiana, en las relaciones que se
dan entre los condiscípulos o en la Cena del Señor. Pero solo a
través de los evangelios podemos discernir si el contacto es con
Jesús de Nazaret o con un cristo, que no es más que proyección
nuestra o del grupo al que pertenecemos. Por eso para discernir
y cualificar nuestra fe en Jesús necesitamos la relación asidua
con los evangelios.