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Como ha sido tarea histórica de casi todos los intelectuales la-
tinoamericanos, Sergio, pues, ha asumido varias funciones, ade-
más de la que en el fondo es su vocación: la literatura. Ha tenido
la sabiduría de no confundir los roles. Sabe que la literatura, aun
la más verosímil, es siempre una creación simbólica -una her-
mosísima mentira- sin embargo, atada sugestivamente a la reali-
dad por lazos muy poco evidentes. Y que el peor uso que se le
puede dar es precisamente utilizarla con fines inmediatos. Que
la literatura es sobre todo imaginación en juego y por eso no tie-
ne límites, ni para el escritor ni para el lector, cómplices más que
adversarios. Dentro de la narrativa contemporánea, a través de
sus personajes e historias, ha elaborado un friso vibrante de toda
nuestra comedia humana centroamericana jugando con tiempos
y espacios donde podemos reconocer -y reconocernos- apenas
distorsionados por sus espejos convexos.
En sus ensayos y artículos, ha sabido despertar nuestra con-
ciencia adormecida -o a veces anestesiada-, a través de plantea-
mientos inteligentes, ágiles, densos, donde nunca falta la genui-
na preocupación por el otro, con las justas dosis de ironía que
permiten no caer en el discurso ampuloso y vacío. Su curiosidad
y su capacidad de asombro no tienen límites y eso se observa
en que nada le es ajeno ni poco importante. Desde los dictado-
res tropicales hasta el dandismo de los modernistas; lo mismo
Proust, Charles Atlas que “Chita”, la inolvidable compañera de
Tarzán; la cursi fiesta provinciana y las épicas retumbando de
cañones. Es decir que su imaginario y su escritura fluyen zigza-
gueantes entre lo cotidiano y lo solemne, lo propio y lo ajeno.