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de la ironía, cabía poco dentro de los rígidos cánones de la orto-
doxia militante. Su poesía, entre burlona y desolada, desborda-
ba las estrecheces del marco político, o de la mera propaganda, 
basta leer su 

Poema de amor, un verdadero himno nacional en 

el que canta las desventuras de sus compatriotas errantes, “los 
tristes más tristes del mundo”. 

Esta también es la Centroamérica que no me abandona. La de 
los sacrificados, la de los olvidados. La Centroamérica que se-
guiré buscando, en mi vida y en mi escritura.